Aquella sala de espera del hospital se estaba convirtiendo en un auténtico polvorín, una olla rápida cocinando los nervios de los que, con distinta actitud, aguardaban en ella. La presión ambiental se estaba haciendo bastante insoportable, por muy acostumbrados que estuvieran todos a lidiar con situaciones quizá no de ese tipo exactamente pero sí extremas, donde la templanza y sosiego eran fundamentales.
Batman permanecía muy como es él,
callado, observador, calculador, mostrando una tranquilidad exterior que
camuflaba su nerviosismo y estrés interior, de manera muy diferente a Lobezno, quien
se mordía la lengua para no saltar con algún improperio o ese mal hablar
cascarrabias tan típico suyo. Claramente, ese comportamiento no daba a lugar en
aquella situación, y así lo entendió él. Batman, consciente del esfuerzo que su
colega estaba realizando, se lo agradecía con la mirada, sin decir nada. Ya
sabemos lo hermético que es él con sus sentimientos. No en vano ya se lo decía
Alfred: Señor, debe abrirse usted más, desahogarse, expresar abiertamente sus
sentimientos, no puede callárselo todo. A lo que Batman siempre hizo caso
omiso, por supuesto, él era demasiado orgulloso como para hacer lo que otros le
decían que hiciese.
Spiderman estaba trayendo locos a
todos. Nervioso como es él, iba de un lado para otro y estaba que se subía por
las paredes… literalmente. Lobezno lo miraba frotándose los puños y pensaba:
como no te estés quieto, maldito canijo, te voy a ensartar como a un pinchito moruno,
o espetarte como a una sardina.
Iron Man andaba por el pasillo con sus
andares chulescos y prepotentes, haciendo sus propios cálculos y probabilidades:
a ver, si llegamos a las 21.00 y había dilatado… luego las contracciones… pues
tendrá que nacer a las….
Superman, prudentemente, permanecía
sentado tal y como le habían indicado al llegar al hospital, obediente, porque
eso era lo correcto, aunque no le quitaba ojo a Hulk, quien, debido a la larga
espera y los nervios, estaba empezando a tomar unos tonos verdosos que, claro
está, eran tremendamente preocupantes. Superman lo miraba y le hacía un gesto de
yoga con las manos, un Gyan Mudra, para
transmitirle la calma que necesitaba en esos momentos. A mí me va genial el
yoga, amigo, me ha cambiado la vida –le dijo Superman a Hulk en voz baja-. Hulk
se dio cuenta y se lo agradeció, respiró profundo y se levantó. Se fue a una
habitación contigua y empezó a hacer una meditación con música tibetana.
Pasados unos 20 minutos, por fin salió
una enfermera del paritorio, quien lanzó, mientras miraba al techo de la sala
de espera, una pregunta al aire con un tono que desprendía una insultante
desgana.
- A ver, ¿Quién es la pareja de Doña
Catwoman, por favor? Pareja de Doña Catwoman he dicho.
Batman se levantó como un resorte.
- Soy yo –respondió con su voz
profunda-.
- Enhorabuena –respondió la enfermera-,
acaba de ser usted padre de un hermoso muercielagato.
Batman comenzó a llorar. Lobezno sacó
un klinex arrugado, que parecía usado, y se lo alcanzó a Batman. Enhorabuena,
dijo Lobezno. Los dos se abrazaron y Batman le respondió: tú serás el padrino,
amigo. Lobezno también empezó a llorar de emoción.
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