Érase una vez una mujer, la cual no
era como cualquier otra, no, ella era distinta. Tenía ese toque de
singularidad, de particularidad que la hacía única, que la hacía destacar sobre
las demás. Siempre encontraba la manera de desmarcarse y ser la protagonista,
la más importante, la reina del baile de fin de curso. La más bella entre
todas. Tanto se arreglaba, tanto se engalanaba, tanto se perfumaba, que no era
mujer, sino Dama. Conseguía poner un toque de color y de olor al maltratado
mundo que ahí afuera la observaba.
Pero sus virtudes no eran como el escaparate de la tienda de
ropa del barrio que podías observar a cualquier hora y en cualquier momento del
día. Sólo las mostraba cuando los sueños son más sueños, cuando los llantos son
más llantos, las risas más risas, las penas más penosas y las alegrías más
alegres, cuando los sentimientos se sienten más. Sólo las mostraba durante la
noche. Por eso era una Dama de Noche.
Salía con nocturnidad y alevosía porque de día estaba
escondida, descansaba, dormía. Se ocultaba sigilosa y clandestinamente bajo una
falsa cara que la hacía estar de incógnito, como aquel periodista venido de
otro planeta, que tras unas simples gafas se escondía otra persona, otra más
simple, más humilde, más sencilla y más frágil. Mientras el rey sol la
estuviera alumbrando, ella nunca saldría, prefería pasar desapercibida entre la
multitud, entre otras mujeres, entre Rosas, entre Violetas, entre Azucenas…
Y fue en una noche de verano, una de esas noches frescas que
piden sábana al dormir y compañía hasta la madrugada, cuando me enamoré de
ella. Fue en ese instante en que ella se sentía más mujer y yo más hombre por
desearla. Ella no me miró porque no solía hacerlo, ni quería ni le hacía falta,
sólo necesitaba estar ahí y permanecer para llamar la atención. Y si la mirada
andaba perdida en la oscuridad de la ceguera, los olores eran tan atrayentes
como los cantos de sirena para un marinero. Me acerqué con sigilo para
cantarle, para acariciarla, para tenerla, para pasar la noche entre canciones y
olores. Sin darnos cuenta los primeros coletazos del alba la arañaban, y ella
se escondía como se esconde un vampiro al amanecer, dejando un rastro de olor
dulce tras ella, que yo seguía entre lágrimas y con el olfato huérfano de amor.
En mi cabeza todavía perdura el veneno de su olor, sus
curvas, su color, que hacen que no dejen de pensar en esa Dama de Noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario