Dícese a la persona que anda de acá
para allá sin rumbo fijo, un poco perdida deambulando de un sitio a otro, que
no sabe a dónde va ni de dónde viene, ni siquiera qué anda buscando, una
persona que ha perdido el norte, que está despistada, que anda torpe en saber
su camino o simplemente que da una y otra vuelta a lo mismo ya sea de manera
física o emocional, en definitiva, una persona que no anda quieta… que da más
vueltas que la mano de San Esteban. Bueno, a lo mejor no se le dice de una
manera generalizada, es verdad, porque me lo acabo de inventar. Pero el dicho tiene
toda la exactitud del mundo.
Veréis, todo esto viene a que el rey Esteban
falleció el 15 de Agosto de 1038 y el mismo día pero de 1083, fue canonizado en
una ciudad húngara que ni se deletrear ni vosotros sabríais leer. Años más
tarde, su mano diestra fue encontrada en perfecto estado de conservación,
aunque desconozco como se desprendió de su cuerpo. Ni quiero saberlo, no estoy
para matanzas. Desde entonces la mano goza del respeto general del pueblo
húngaro, en concreto del de Budapest. Primero viajó hasta Transilvania, luego a
Raguza (hoy Dalmacia) y más tarde a Dubrovnik, en Croacia. En 1771 llegó a
Viena hasta que finalmente llegó a Buda (una de las ciudades originarias junto
a Pest). De ahí mi comentario. Se entiende ahora, ¿verdad? Lo que no se
entiende es cómo se conserva una mano en la Edad Media sin un buen Bosch.
Yo soy el camino, soy la verdad y soy
la vida. Toma ya, ahí queda eso. Aunque parezca una frase sacada de cualquier
discurso de Donald Trump, la verdad es que fue Jesucristo el que la pronunció,
o así al menos aparece en el Nuevo Testamento (Juan, 14:6). Es lo primero que
te encuentras al darte de bruces con la fachada de la Basílica de San Esteban,
en Budapest, no muy lejos de donde Isabel de Baviera (Sissi Emperatriz, para
los colegas) tiene dedicado un puente. Yo me la encontré (la Basílica, no
Sissi) justo al girar en una esquina, casi sin querer, porque aunque no esté
escondida, tampoco es que te llame para que acudas. Bajo la atenta mirada del
poli gordo y dejando a este atrás no fuera a ser que le diera por mí, me
dispuse a conocerla por dentro, verle las tripas, hacer como el que escapa
desesperado de prisión, pero al revés, escaparme hacia dentro. Suelo encontrar
esa paz interior en este tipo de recintos, quizás por la magnitud, quizás por
el eco particular que hay en ellos o podría ser porque realmente es como hacer
un viaje emocional. No lo sé. Pero me ayuda en muchas ocasiones a ver cosas que
normalmente no veo fuera. A pensar en cosas que en otro tipo de ambientes no
las pensaría. La opulencia, la decoración, el empaque, la fuerza… quizás todos estos
aspectos sí que hacen que afecten a nuestro ser y nuestro estar, al menos en
momentos determinados. Me hace pensar en mí, los que me rodean, los que
participan en mi vida, las cosas que hago y las que no, las que voy a hacer y
las que definitivamente no haré. Me hace reflexionar sobre la belleza, algo a
lo que a medida que me hago mayor me vuelvo más sensible. Me gustan más cosas, me
gustan más sabores, colores y olores. Me gustan más personas. Veo más belleza
en sitios, paisajes, decoraciones, pero sobre todo soy cada vez más sensible a
la belleza de los rostros. Hay miradas, expresiones y gestos que me producen
una sensación pacífica y vulnerable. Un sentimiento de amor pero no a la
persona en concreto que me lo pueda llegar a producir, sino al hecho en sí que
me lo produzca. El hecho de que me despierte un sentimiento que no sé qué es,
pero que yo siento como positivo. Un ardor placentero que empieza en el pecho y
termina con el temblor de mis labios. Amor al amor, podríamos decir. Y creo que
eso me hace bastante bien. Es como si me limpiase por dentro. Una cura
emocional interior provocada por un antídoto de belleza que viene del exterior.
Me gusta sentirme así. Me gusta cuando alguien es capaz de despertar mi
vulnerabilidad emocional con tan solo una mirada. Frente a frente, como si
fuera un duelo del salvaje oeste. Pero en este caso disparan las pupilas y
sangra mi ternura.
Pero esta vez en concreto, sólo por esta vez, como
Jesucristo, en la Basílica de San Esteban pensé en todos nosotros. Pensé en
cómo somos y cómo actuamos según nos afecten los acontecimientos, los hechos
que nos suceden e intentan meterse en nuestras vidas. Los que no te avisan, los
que vienen como una ráfaga de luz matutina mientras estás dormido. Los que te
soplan como una bocanada de aire al doblar en una esquina de una calle
cualquiera. Los que no buscas. Y fue
así, inesperadamente, como vine a dar con un altar cuidadosamente adornado con
flores y velas, y este de Budapest era particularmente precioso. Por la luz que
daba, por la luz que escondía, por la burbuja mágica en la que estaba metido. Tenía
6 baldas distintas y 15 velas por balda. 90 velas que me alumbraban y
calentaban la cara como lo hace una chimenea en invierno. Y fui allí, al
tenerlas en frente todas encendidas cuando mi mujer me comentó: Son preciosas, ¿verdad?
La pregunta se quedó sin respuesta, al menos que
ella supiera, porque yo sí que me contesté a mí mismo. Sí que lo son, me dije, y también pensé como todas y cada una de
las llamas se movían a su propio ritmo y no ardían igual. Se movían de acá para
allá como 90 barquitas cuando las bate el oleaje. No había dos iguales a pesar
de tener el mismo tamaño, la misma mecha y ser el fuego igual para todas. Pero
sin quemarse las unas a las otras. Era la misma corriente de aire que les venía
en perpendicular y, a pesar de todo, no había dos que se movieran al unísono. En
ese mismo instante pensé en todos nosotros, en lo distintos que somos. Somos
tan distintos como iguales. Los mismos hechos nos rodean pero no hay dos
respuestas iguales si son dos los corazones que laten.
Si es viajar, uno querrá volar y otro lo hará por tierra firme. Si es amar, uno querrá para siempre y otro por un tiempo. Si es bailar, uno querrá cumbia y otro bachata. Si es cantar, uno cantará Fado y otro cantará flamenco. Si es llorar, uno lo hará de pena y otro de alegría. Si es besar, uno lo hará de despedida y otro de recibimiento. Si es saludar, uno dirá hola y otro dirá adiós. Si es correr, uno es porque huye y otro porque persigue. Si es nadar, uno lo hará a tierra firme y otro mar adentro. Si es reír, uno lo hará de sí mismo y otro de los demás. Si es beber, uno querrá tinto y otro blanco. Si es café, uno lo querrá sólo y otro con leche. Si es guitarra, uno tocará la española y otro la eléctrica. Si es héroe, uno dirá Ché y otro dirá mi padre. Si es reina, uno dirá Sissi y otro mi madre. Si es vida, uno dirá divorcio y otro dirá matrimonio.
Si es viajar, uno querrá volar y otro lo hará por tierra firme. Si es amar, uno querrá para siempre y otro por un tiempo. Si es bailar, uno querrá cumbia y otro bachata. Si es cantar, uno cantará Fado y otro cantará flamenco. Si es llorar, uno lo hará de pena y otro de alegría. Si es besar, uno lo hará de despedida y otro de recibimiento. Si es saludar, uno dirá hola y otro dirá adiós. Si es correr, uno es porque huye y otro porque persigue. Si es nadar, uno lo hará a tierra firme y otro mar adentro. Si es reír, uno lo hará de sí mismo y otro de los demás. Si es beber, uno querrá tinto y otro blanco. Si es café, uno lo querrá sólo y otro con leche. Si es guitarra, uno tocará la española y otro la eléctrica. Si es héroe, uno dirá Ché y otro dirá mi padre. Si es reina, uno dirá Sissi y otro mi madre. Si es vida, uno dirá divorcio y otro dirá matrimonio.
No podemos esperar nada de nadie y ni
mucho menos creer que ante los mismos acontecimientos dos personas, tres o mil
tendrán la misma reacción. El sol es igual para todos pero no todos nos ponemos
igual de morenos. A unos nos gusta y otros prefieren la sombra. Y debemos
respetar esa diferencia. Respeto. Esa es la clave. La belleza es tan dispar
como diversa como interpretada. Nadie tiene la verdad absoluta, simplemente
porque no la hay. Ni tan siquiera la muerte es absoluta, porque mientras haya
recuerdo, habrá vida. Y mejor no olvidar. Más que nada porque es la esencia
natural de nuestro comportamiento. Recordar, elegir. El ser libres. El poder escoger.
Sólo hay que ser conscientes de no invadir la libertad de nadie. Que aunque
estemos juntos y nos movamos a nuestro antojo, la convivencia es posible. Pero
como las velas, sin quemarse las unas a las otras.
Siempre
presente. Siempre recordado. Siempre vivo.
Me encanta
ResponderEliminarGracias xulo!
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