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jueves, 11 de julio de 2019

Las palabras que me llevo


Una vez alguien me recomendó que a donde quiera que fuera, a donde quiera que viajase y cualquier lugar donde viviera o me encontrase, debía intentar encontrar la felicidad con mis mejores fuerzas. Sólo de esa manera, precisamente durante la búsqueda, conseguiría estar feliz. Y no digo ser, sino estar. Porque no creo que se “sea” feliz, más bien que se “esté” feliz, ya que desafortunadamente no lo entiendo yo como un estado atemporal ni permanente. Para mí, es una situación transitoria de hirviente pasión anímica, contagiosa sonrisa y alegría interior que pasa como los trenes por la estación, sólo cada cierto tiempo. A veces, en felicidad punta, pasan con más frecuencia. Sin embargo, hay ciertos momentos donde la dominguera tristeza anuncia que no habrá más trenes hasta mañana lunes.

Afortunadamente, y desde una perspectiva hiper positiva, siempre tendremos un mañana para intentar pillar de nuevo el tren de la felicidad. Pero será otro tren distinto, no será el de ayer. El de ayer ya lo perdimos para siempre y no volverá jamás. Deberemos aprender a estar feliz sin ese tren perdido que nunca cogeremos. Por eso prefiero pensar que debemos disfrutar el viaje del tren que cojamos. Preferiblemente el de hoy. Y esa felicidad nos durará dependiendo lo largo que sea el trayecto o lo que paguemos por nuestro billete sentimental. Al fin y al cabo, sólo durará lo que tarden en llegar las lluvias de los pesares.

            Y en esas estoy yo, en permanente y continuo movimiento intentando empaparme, contagiarme de algunos pequeños detalles que me hagan este eterno peregrinaje en el que me encuentro más llevadero, más feliz. Más digestivo, para no despertar en mi estómago la acidez de la tristeza.

            Pero bueno, esto es mucho divagar para lo que realmente les quería contar. Que es acerca de mí y mis viajes. Antes que nada, permítanme que me presente, aunque bien pensado, la verdad es que mi nombre es lo de menos, porque allá donde vaya, se me conoce por uno distinto. Puedes llamarme como quieras.

Provengo del Norte, sólo por momentos, ya que también soy sureño, del Levante y de Poniente. De todos a la vez. Mezcla pura. Pura mezcla. Como somos todos, ¿no?
Cada uno de estos sitios me ha dado un trocito pequeñito de mi identidad, me ha dado un retal para confeccionar el traje de mi personalidad. Me ha dado lo que soy.

            Puedo ser frío como esa gota congelada que cuelga en la fuente de algún pequeño pueblo del Norte en invierno. O frío como un abrazo no sentido. Frío como el pomo de la puerta cuando nadie nos espera al otro lado. Puedo entrar por tu ventana semiabierta y darles tez sonrosada a tus blancas mejillas. Frío como un adiós para siempre. Como cuando perdemos el Norte.

            También tengo esa calidez típica de las conversaciones del Sur. Puedo ser caliente hasta llegar a asfixiarte o volverte loco. Tan loco que me cantes todos los años. Incluso yo mismo lo hago (volverme loco) cuando me peleo con mi hermano por amor. ¡Hasta el poeta nos lo dijo! Puedo ser impertinentemente cálido, incómodo, aunque no sea esa mi intención. Lo siento, somos lo que somos y cuanto antes nos aceptemos, mucho mejor. Pero tranquilo, nada es para siempre. Ni siquiera la muerte. Porque yo puedo nacer un jueves de agosto, morir en Domingo y volver a nacer al día siguiente. Cuando soy tan cálido, siempre me Levanto.

            Sé también que puedo darte mucho placer, cuando vengo suave y fresco. Cuando te acaricio la cara al asomarte al balcón matutino, o cuando estás a la sombra de la higuera junto al río mientras te quedas dormido durante una siesta de verano. Cuando montas en bicicleta y cierras los ojos o cuando necesitas ese soplo de aire fresco para volver a la superficie y respirar tan hondo como el pozo en el que caíste. Yo soy el que hace que te arropes las noches de verano y busques con tu mano la mano de alguien que te de calorcito y te acurruque en la cama. Todo es Ponerse.

            Sin embargo, si es agua lo que necesitas, tranquilo, yo soy el que la porta. Yo empujo a las nubes para que te rocíen con chorros de agua sanadora. Yo te traeré el agua cuando necesites pasar el mal trago, regar tu huerto de esperanza o necesites limpiar tu conciencia. Yo te traeré esa agua que necesitas para ver tus plantas crecer, para que te sientas orgulloso. Me verás venir gris y oculto, nublado y encapotado. ¡Ya me olerás, ya! Húmedo, fresco, nuevo en tierra firme o en césped recién cortado. Soy del invierno. Soy de los mares del sur.

            Qué difícil es estar, pero más aún es ser. Pues todo esto soy yo. Y tus palabras, me las llevo según qué dirección vaya, según la veracidad de lo que quieras contar. Y nadie puede ser como yo, ¡Qué va! Si es que estoy hecho un auténtico vendaval.

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