Seguidores

Busca por título

Todos los relatos

domingo, 15 de marzo de 2020

Tómate un café con quien mejor te conoce


Fíjate bien. ¿Estás ahí?
Tú. Sí, tú. Tú eres quien mejor me conoce. Nada más verme sabes si he tenido un mal día o por el contrario, todo me ha venido de cara. Me has visto crecer, me has visto llorar a lágrima viva, pero también me has visto reír como un niño abriendo sus regalos el día de reyes. Sólo tú me miras a los ojos sin desviar la mirada ni un momento, pestañeando al mismo tiempo que yo. Te quedas ahí, valiente, aguantándome el reto. Tú y yo, como dos cowboys cara al sol esperando a ver quién desenfunda primero. Como dos hombres, o como dos niños, los que fuimos en algún momento y de alguna manera, todavía vemos el uno en el otro cuando nos miramos fijamente.

Es al verte cuando siento realmente lo que me está pasando. Eres fundamental para poder llegar a entenderme a mí mismo, porque eres mi reflejo. Porque siempre estás ahí para mí; por la mañana al despertarme, de camino al trabajo e incluso en el baño de ese bar donde me refugio cuando quiero huir de todo. De todos. Es verte y sé inmediatamente cómo me voy a sentir. Eres mi gurú personal, contratado a tiempo completo. Y a muy buen precio. Me sales gratis y vaya recompensa que me llevo a cambio. Tenerte frente a mí, o a mi lado, cada día, todos los días de mi vida.

Aunque haya veces que me olvide un poco de ti, sabes que no será por mucho tiempo. Más tarde o más temprano, acabaré volviendo a ti. Irremediablemente. Tus mudos consejos siempre funcionan. Son como esa botella de vino que se lleva a la casa de alguien que te invitó a cenar; éxito garantizado. O un ramo de flores para un cumpleañero; acierto seguro. O un abrazo de despedida; algo necesario. Porque eres mi reflejo.

Y lo mejor de todo, sin lugar a dudas, es tu dedicación exclusiva para conmigo. Sé que hay otros, claro que sí, ¿cómo voy a pensar que soy el único? ¿Que no hay nadie más? Pero lo que me gusta es que cuando estamos juntos, uno frente al otro, te dedicas a mi 100%. Incluso si es por casualidad, bajando las escaleras del metro, conduciendo, pasando la aduana, haciendo la compra… Eres como David Copperfield, que consigue aparecer y desaparecer cuando la gente menos se lo espera.

También has sido testigo directo de cosas que ambos sabemos nunca debería haber hecho, de las que fuiste mi cómplice. Cosas de las que me arrepiento y que un día te juré no volvería hacer, ni que me dejaras hacerlo. Me viste muchas, demasiadas veces ahí, arrodillado, como un devoto, aspirando profundamente las pasiones más demoníacas, esas pasiones que se disponen como dos carriles blancos de vicio idolatrado, que te llevan por la carretera del pecado envenenado, que no es de manzana sino de hoja, su tentación. Caminos blancos que entran como el aire que respiras hasta reposar en tu sien, coronar la montaña de tus sentidos, hincar la bandera del vicio en tu nariz. Caminos que te confunden, te hacen pensar que andas por el paraíso cuando realmente no has podido caer más bajo y profundo en los pozos del infierno. Un infierno donde ni los mejores rezos ni eternas promesas te salvarán, a menos que, como me pasó a mí contigo, venga alguien, te mire a los ojos y te diga que ya vale.

Eres mi reflejo. Donde te veo a ti, me veo a mí, y al revés. Somos el uno para el otro, una pareja inseparable. Jack Lemmon y Walter Mathau. Fred Astaire y Ginger Rogers.

El día que no nos hablemos, que nos veamos y no sintamos nada, estaremos muertos. Sin alma, que al fin y al cabo es más o menos lo mismo. Porque cada vez que nos vemos, hablamos, y eso precisamente es lo bonito entre tú y yo: que siempre tenemos algo que decirnos; unas palabras de ánimo, un último consejo, un resoplido que nos consuela. Porque eres mi reflejo.

¿Qué serías tú sin mí? Un vaso vacío. ¿Qué sería yo sin ti? Un vampiro.

Si te veo, no sé por qué, y creo que estarás de acuerdo conmigo en esto, siento la necesidad de pararme, mirarte y observar cómo estás. Normalmente me gusta lo que veo, y gran parte de la culpa la tienes tú, pero también es cierto que hay otras ocasiones, muchas otras, que no me gusta tanto. Porque eres mi reflejo.

¿Quién está contigo siempre? ¿Sin excusas? ¿Incondicionalmente? Estás para mí… lo mismo que yo para ti. Porque eres mi reflejo. Si yo no estuviera, tampoco estarías tú. De acuerdo, podrá haber otros, pero no sería yo.


Hoy estoy aquí de nuevo, en la barra del bar donde me gusta esconderme. ¡Brujo, que eres un brujo! Me has vuelto a encontrar. Te las apañas y das conmigo nuevamente ¿cómo lo haces? Veo como soplas mi café tratando de ayudarme a enfriarlo. Veo que lo haces desde el fondo de la barra, justo detrás de todas las botellas.  ¿Cómo sabes que quema? ¿Cómo sabes que está demasiado caliente para mí? ¡Ah, claro! Porque eres mi reflejo. Te veo. Y tú me ves a mí.
Porque eres mi reflejo. Quien mejor me conoce.

¿Eres capaz de ver quien realmente eres?





No hay comentarios:

Publicar un comentario