Fíjate bien. ¿Estás ahí? |
Tú. Sí, tú. Tú eres quien mejor me conoce. Nada más verme sabes si he tenido un mal día o por
el contrario, todo me ha venido de cara. Me has visto crecer, me has visto
llorar a lágrima viva, pero también me has visto reír como un niño abriendo sus
regalos el día de reyes. Sólo tú me miras a los ojos sin desviar la mirada ni
un momento, pestañeando al mismo tiempo que yo. Te quedas ahí, valiente,
aguantándome el reto. Tú y yo, como dos cowboys cara al sol esperando a ver
quién desenfunda primero. Como dos hombres, o como dos niños, los que fuimos en
algún momento y de alguna manera, todavía vemos el uno en el otro cuando nos
miramos fijamente.
Es al verte cuando siento realmente lo que me está pasando. Eres fundamental
para poder llegar a entenderme a mí mismo, porque eres mi reflejo. Porque
siempre estás ahí para mí; por la mañana al despertarme, de camino al trabajo e
incluso en el baño de ese bar donde me refugio cuando quiero huir de todo. De
todos. Es verte y sé inmediatamente cómo me voy a sentir. Eres mi gurú
personal, contratado a tiempo completo. Y a muy buen precio. Me sales gratis y
vaya recompensa que me llevo a cambio. Tenerte frente a mí, o a mi lado, cada
día, todos los días de mi vida.
Aunque haya veces que me olvide un poco de ti, sabes que no será por
mucho tiempo. Más tarde o más temprano, acabaré volviendo a ti.
Irremediablemente. Tus mudos consejos siempre funcionan. Son como esa botella
de vino que se lleva a la casa de alguien que te invitó a cenar; éxito
garantizado. O un ramo de flores para un cumpleañero; acierto seguro. O un
abrazo de despedida; algo necesario. Porque eres mi reflejo.
Y lo mejor de todo, sin lugar a dudas, es tu dedicación exclusiva para
conmigo. Sé que hay otros, claro que sí, ¿cómo voy a pensar que soy el único?
¿Que no hay nadie más? Pero lo que me gusta es que cuando estamos juntos, uno
frente al otro, te dedicas a mi 100%. Incluso si es por casualidad, bajando las
escaleras del metro, conduciendo, pasando la aduana, haciendo la compra… Eres
como David Copperfield, que consigue aparecer y desaparecer cuando la gente
menos se lo espera.
También has sido testigo directo de cosas que ambos sabemos nunca debería
haber hecho, de las que fuiste mi cómplice. Cosas de las que me arrepiento y
que un día te juré no volvería hacer, ni que me dejaras hacerlo. Me viste
muchas, demasiadas veces ahí, arrodillado, como un devoto, aspirando
profundamente las pasiones más demoníacas, esas pasiones que se disponen como
dos carriles blancos de vicio idolatrado, que te llevan por la carretera del
pecado envenenado, que no es de manzana sino de hoja, su tentación. Caminos
blancos que entran como el aire que respiras hasta reposar en tu sien, coronar
la montaña de tus sentidos, hincar la bandera del vicio en tu nariz. Caminos
que te confunden, te hacen pensar que andas por el paraíso cuando realmente no
has podido caer más bajo y profundo en los pozos del infierno. Un infierno
donde ni los mejores rezos ni eternas promesas te salvarán, a menos que, como
me pasó a mí contigo, venga alguien, te mire a los ojos y te diga que ya vale.
Eres mi reflejo. Donde te veo a ti, me veo a mí, y al revés. Somos el uno
para el otro, una pareja inseparable. Jack Lemmon y Walter Mathau. Fred Astaire y Ginger Rogers.
El día que no nos hablemos, que nos veamos y no sintamos nada, estaremos
muertos. Sin alma, que al fin y al cabo es más o menos lo mismo. Porque cada
vez que nos vemos, hablamos, y eso precisamente es lo bonito entre tú y yo: que
siempre tenemos algo que decirnos; unas palabras de ánimo, un último consejo,
un resoplido que nos consuela. Porque eres mi reflejo.
¿Qué serías tú
sin mí? Un vaso vacío. ¿Qué sería yo sin ti? Un vampiro.
Si te veo, no sé por qué, y creo que estarás de acuerdo conmigo en esto,
siento la necesidad de pararme, mirarte y observar cómo estás. Normalmente me
gusta lo que veo, y gran parte de la culpa la tienes tú, pero también es cierto
que hay otras ocasiones, muchas otras, que no me gusta tanto. Porque eres mi
reflejo.
¿Quién está contigo siempre? ¿Sin excusas? ¿Incondicionalmente? Estás
para mí… lo mismo que yo para ti. Porque eres mi reflejo. Si yo no estuviera,
tampoco estarías tú. De acuerdo, podrá haber otros, pero no sería yo.
Hoy estoy aquí de nuevo, en la barra del bar donde me gusta esconderme.
¡Brujo, que eres un brujo! Me has vuelto a encontrar. Te las apañas y das
conmigo nuevamente ¿cómo lo haces? Veo como soplas mi café tratando de ayudarme
a enfriarlo. Veo que lo haces desde el fondo de la barra, justo detrás de todas
las botellas. ¿Cómo sabes que quema?
¿Cómo sabes que está demasiado caliente para mí? ¡Ah, claro! Porque eres mi
reflejo. Te veo. Y tú me ves a mí.
Porque eres mi
reflejo. Quien mejor me conoce.
¿Eres capaz de ver quien realmente eres? |
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