La hora de apertura eran las 17.00 de la tarde. Para entonces todo debía
estar debidamente preparado y organizado en el restaurante para recibir a los
comensales. Y los camareros hicieron bien su trabajo. Las mesas perfectamente
decoradas: manteles puestos de tal manera que al caer por los bordes quedaran
equidistantes por cada lado de la mesa, servilletas gemelas colocadas a la
misma distancia unas de otras, cubiertos perfectamente alineados y relucientes,
las copas para el vino totalmente impolutas sin una sola huella, las velas encendidas
y un pequeño jarrón con un par de flores románticas, que según les diera la luz
de un lado o de otro, parecían de color rosa o violeta, no se podía discernir
con claridad de un solo vistazo. Y era porque en la atmósfera del ambiente
dominaba una luz tenue que creaba un cierto tipo de confusión, cierta ambigüedad:
¿las servilletas eran rojas o granates? ¿La mantelería celeste o turquesa? ¿Los
mandiles de los camareros negros o grises? ¿Las paredes blancas o beige? Había
que fijar bien la mirada para salir de dudas, prestar mucha atención para saber
si era una cosa u otra. Aun así, era confuso.
El staff se apresuraba de un lado para otro haciendo todo lo
posible por tener el restaurante bien aderezado y engalanado. Mientras tanto, en
casa, se hacía lo propio. Una noche así no requería menos dedicación. Había que
acicalarse con cuidado y mimo. La presencia y la primera impresión contaban
mucho. Iba a merecer la pena.
Como no podía ser de otra manera, quería
lucir lo mejor posible en una noche tan importante. La ducha caliente le sentó
de maravilla, perfecto para aliviar tensiones, relajarse un poco y dejar que el
agua se llevara los nervios por el desagüe. Puso gran énfasis en la limpieza de
sus manos, especialmente en las uñas, bien recortadas y limpias que brillaban.
No podía permitirse unas manos sucias esa noche. Al salir de la ducha se
dirigió hacia la colección de vinilos que tenía en el salón y seleccionó a Caetano
Veloso, perfecto para ese momento, para esa noche, para ponerle banda sonora a una
casa medio vacía. Sonaba “Un vestido y un
amor”. Se preparó un café. Se vistió
tranquilamente y se peinó con esmero, se engalanó con detenimiento y hasta se
perfumó, ¿por qué no? Quería estar a la altura de las circunstancias, unas muy
especiales y únicas que había ansiado durante muchos años.
Cuando se disponía a salir de casa, hizo una parada ante el espejo
de la entrada y respiró profundo. En los pocos segundos que pasaron antes de
soltar el aire, se miró a los ojos fijamente y por su cabeza pasó como un
relámpago toda la vida de su yo pasado, el yo que había sufrido, el yo que tuvo
que sacrificarse por otros, por los suyos, el yo que había vivido tantas noches
de soledad aun teniendo a su alrededor una multitud anónima, vacía, ruidosa, una
gente que nunca le rellenó sus huecos de cansancio.
Soltó por la boca todo el aire que había cogido y empañó el espejo con el vaho, difuminando el reflejo de su rostro, haciendo desaparecer en un instante ese yo del pasado que había visto hacía tan sólo unos segundos. Se guiñó picaronamente y un ¡tú puedes! le sirvió para animarse, venirse arriba y coger fuerzas, confianza. Una noche como esa era la que había buscado y deseado durante mucho tiempo. A veces pensaba que a su edad jamás iba a tener una oportunidad como la que se le presentaba esa noche, que nunca llegaría a sentir esa sensación que, al sentirla ahora, le erizaba la piel. Pero ahí estaba, a su edad, y por primera vez en su vida iba a estar al frente de una de las cocinas más prestigiosas y exigentes del mundo, a la que no muchos chefs tienen la oportunidad de acceder. Y encima en un mundo varonil tan exigente como la haute cuisine.
Soltó por la boca todo el aire que había cogido y empañó el espejo con el vaho, difuminando el reflejo de su rostro, haciendo desaparecer en un instante ese yo del pasado que había visto hacía tan sólo unos segundos. Se guiñó picaronamente y un ¡tú puedes! le sirvió para animarse, venirse arriba y coger fuerzas, confianza. Una noche como esa era la que había buscado y deseado durante mucho tiempo. A veces pensaba que a su edad jamás iba a tener una oportunidad como la que se le presentaba esa noche, que nunca llegaría a sentir esa sensación que, al sentirla ahora, le erizaba la piel. Pero ahí estaba, a su edad, y por primera vez en su vida iba a estar al frente de una de las cocinas más prestigiosas y exigentes del mundo, a la que no muchos chefs tienen la oportunidad de acceder. Y encima en un mundo varonil tan exigente como la haute cuisine.
Nada más llegar al restaurante saludó a todo el staff agradeciéndoles
su trabajo y se dirigió a la cocina. Inmediatamente los ayudantes dejaron lo
que estaban haciendo. Por un momento, al entrar, se sintió como Cleopatra al
arribar a palacio, levantando a la vez expectación y subordinación. Orgullosa y
con la cabeza bien alta, por fin era ella quien iba a estar dirigiendo una gran
cocina. Entraban las primeras comandas. Comenzaba el servicio. Ella mandaba.
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